Juan Bautista, el precursor
Adviento
Mateo 11,11-15. Adviento. El don que Cristo viene a traer, lo trae a través de otras personas, a través de precursores.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 11-15
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «Les aseguro que no ha
surgido entre los hombres nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo,
el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él. Desde que
apareció Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre
violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él. Pues todos los
profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan. Y es que, lo
acepten o no, él es Elías, el que tenía que venir. El que tenga oídos,
que oiga».
Oración introductoria
Señor, creo en Ti, confío en tu misericordia y te amo sobre todas las
cosas. Quiero oírte para ser fiel en mi esfuerzo constante por alcanzar
tu Reino. Que este rato de intimidad contigo me fortalezca y me anime a
seguirte con entusiasmo y fidelidad, cueste lo que cueste.
Petición
Jesús, dame la gracia de vivir con un espíritu de lucha aprovechando los innumerables dones que me concedes.
Meditación del Papa Francisco
Podemos caer en la trampa de medir el
valor de nuestros esfuerzos apostólicos con los criterios de la
eficiencia, de la funcionalidad y del éxito externo, que rige el mundo
de los negocios. Ciertamente, estas cosas son importantes. Se nos ha
confiado una gran responsabilidad y justamente por ello el Pueblo de
Dios espera de nosotros una correspondencia. Pero el verdadero valor de
nuestro apostolado se mide por el que tiene a los ojos de Dios. Ver y
valorar las cosas desde la perspectiva de Dios exige que volvamos
constantemente al comienzo de nuestra vocación y –no hace falta decirlo–
exige una gran humildad. La cruz nos indica una forma distinta de medir
el éxito: a nosotros nos corresponde sembrar, y Dios ve los frutos de
nuestras fatigas. Si alguna vez nos pareciera que nuestros esfuerzos y
trabajos se desmoronan y no dan fruto, tenemos que recordar que nosotros
seguimos a Jesucristo, cuya vida, humanamente hablando, acabó en un
fracaso: en el fracaso de la cruz. (Homilía de S.S. Francisco, 24 de septiembre de 2015).
Reflexión
Juan Bautista aparece en el Evangelio como la figura del hombre que
precede a Cristo. Y no cabe duda que la misión de Juan Bautista, la
misión de preparar el camino del Redentor, la misión de precursor se
encaja en su vida como algo que él tiene que vivir, que tiene que
aceptar.
La vocación de Juan Bautista no se da simplemente por el hecho de que
Dios llama a su vida; también se da, se cuaja, se fecunda, se madura
porque, con su libertad, Juan Bautista acepta esta misión. Ya su padre
Zacarías había hablado de su misión cuando Juan es llevado a
circuncidar. Zacarías dice que ese niño "será llamado Profeta del
Altísimo porque irá delante del Señor a preparar sus caminos, para
anunciar a su pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados".
Esta es la misión del precursor, ser el hombre que va delante del Señor,
que prepara sus caminos y que anuncia el gran don que es el perdón de
los pecados. Lo que hace grande a Juan es que la misión que Dios le
propone, él la lleva a cabo. Y el hecho de que sea el precursor, de
alguna manera, se convierte para Juan Bautista no sólo en un motivo de
gloria para él, sino que también se convierte en el modo en el que él
llega a nuestras vidas.
También en cada uno de nosotros se realiza una misión semejante. En
cierto sentido, cada uno de nosotros es un precursor, es un hombre o una
mujer que va delante en el camino de la Redención. Todos estamos
llamados, al igual que Juan Bautista, a realizar, a llevar a cabo
nuestra misión.
¿Hasta qué punto valoramos la misión que se nos encomienda? ¿Sabemos
apreciar el don que hemos recibido? Un don que, como dirá Zacarías, no
es otra cosa sino "el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que
viven en tinieblas y en sombras de muerte y para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz". Ese es el don que recibimos, el don que Cristo
viene a traer.
Pero, el don que Cristo viene a traer, lo trae a través de otras
personas, a través de precursores. ¿Yo valoro el don de Cristo, el don
que yo puedo dar a mis hermanos? ¿Me doy cuenta de la inmensa riqueza
que supone para mi vida, pero también la inmensa riqueza que supone para
los demás? Cuántos hombres -como dirá también Zacarías- viven en manos
de sus enemigos y en manos de todos los que los aborrecen. Cuántos
hombres y mujeres son atacados, denigrados, humillados, hundidos,
manipulados.
Y sin embargo, la misericordia de Dios tiene que llegar a sus vidas.
Pero ¿cómo va a llegar si no hay nadie que lo proclame, si no hay nadie
que vaya delante del Señor para preparar sus caminos y anunciar a su
pueblo la salvación? ¿Cuántos corazones no podrán encontrarse con Cristo
en esta Navidad?
En estos días en que nos estamos preparando de una forma más intensa
para el Nacimiento de Nuestro Señor, tendríamos que preguntarnos
¿cuántos corazones, por mi omisión, por mi falta de delicadeza, por mi
falta de preocupación, quedarán sin encontrarse con Dios? ¿Cuántos
corazones en las familias, cuántos corazones en el ambiente, cuántos
corazones en el ámbito laboral y social no van a saber que Cristo nace
para ellos y por ellos? ¿No va a haber nadie que se los enseñe, no va a
haber nadie que les predique el camino de la Salvación?
¿Podremos ser tan egoístas como para cerrar el conocimiento de la
salvación a los demás? Nuestro corazón no puede pensar tanto en sí mismo
como para olvidarse del don que tiene para dárselo a otro. Es una tarea
que tenemos que hacer; pero no la podemos hacer si no valoramos primero
el don que podemos tener en nuestras manos, si no somos nosotros los
que acogemos, los que recibimos el don de Dios. Un don que tiene que
vivirse, que tiene que manifestarse, de una manera muy especial, a
través de nuestro testimonio de vida; un don que no es tanto la teoría y
consejos que podemos decir a los demás, sino sobre todo, lo que
nosotros estamos haciendo con nuestra vida.
¡De qué poco nos serviría decir que valoramos mucho el don de Cristo que
viene en esta Navidad si no lo transmitiéramos, si no lo diéramos a los
demás! ¡De qué poco serviría que dijéramos que queremos ser estos
profetas del Altísimo que van delante del Señor para preparar sus
caminos, si nuestra vida no se transforma, si nuestra vida no recibe esa
visita de Dios, si nuestra vida no quiere ser recibida por Cristo
nuestro Señor! No se puede, es imposible. Antes que redimir a otros, hay
que redimir mi corazón, hay que cambiar mis actitudes, hay que cambiar
mi comportamiento. Tengo que ser el primer redimido. Tengo que redimir
mi corazón, tengo que cambiar mis actitudes, tengo que ser el primero
que acepta a Cristo como el que me salva de mis pecados, como el que me
salva de mis fragilidades.
Jesús en el Evangelio dice: "El que tenga oídos para oír, que oiga", que
es una forma hebrea de decir que quien esté dispuesto, quien quiera,
que escuche mi palabra. Pero hay una cosa muy clara, ninguno de nosotros
entrará en el camino de la paz que Zacarías profetiza cuando ve a su
hijo, si no somos capaces de oír lo que Dios nos pide, el cambio
concreto que Dios pide a cada uno.
Propósito
"No niegues un beneficio al que lo necesita, siempre que en tu poder esté el hacerlo" (Pr 3, 27).
Diálogo con Cristo
Jesucristo, dame la gracia de ser decidido y audaz para saber trasmitir
mi fe a los demás. Concédeme ser valiente y persistente, buscando
caminos para la nueva evangelización. Haz que sea capaz de dejar mis
gustos y mis pareceres, para que, en todo momento, sepa armonizar la
diversidad con la caridad.
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